viernes, 6 de junio de 2014

Libertad de deducción.

La suavidad de su presencia llenaba tanto tu vida que acabó por desarmarme.

Todo ocurría tan rápido... era la propia adrenalina quien nos manipulaba a carcajadas.
Y ahí estábamos, una vez más. Ritual antiguo de purificación de deidades (¿quién lo diría?).

Las gotas drenaban por nuestra pálida tez en las extremidades, el rojo tiñó entonces tu mente en ardor.
No pude contenerme; mis brazos apretándote con fuerza cuerpo a cuerpo bastaron para hacerte entender que, a pesar de todo, el miedo y el rencor era algo que había dejado de importarnos.

El sabor intenso que capaz fui de deleitar me llevó fuera de mí, a continuación te detuviste y sin intención de pedir permiso te tornaste enfermizo. Amabas aquello, pero no podías pretender esperar a tu turno -misterioso modo de descubrir tu terriblemente oculto egoísmo-.

Giraste mi torso duramente, te diste lugar de deleite también. Deseabas aquello hacía semanas, juraste.

Tu expresión facial habló por ti, mis impulsos te daban la vida.

Una mañana de febrero decidió un cambio de roles, una mañana de febrero decidió que perdernos en nosotros sería el mejor modo de encontrar un escape a la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios: